Fortunato Puma Huanca levanta la mirada hacia el cielo y augura que mañana lloverá. Como 'yachachiq' de su comunidad, palabra quechua que designa al líder que enseña, Fortunato mantiene vivo el conocimiento que heredó de sus padres y abuelos, hombres y mujeres del campo que han pronosticado el clima a través de la observación de la naturaleza.
Él se reconoce a sí mismo como un científico de una ciencia ancestral no escrita, el promotor de un método que busca respuestas en indicadores como las nubes, el viento, las estrellas, el comportamiento de los animales, los insectos o la pigmentación de las flores.
Es un día despejado en la comunidad campesina de Huaccaytaqui, ubicada a más de 3.200 m.s.n.m., en el distrito de Quiquijana, provincia de Quispicanchi, Cusco. Las nubes, sinónimo de lluvia y agua para la cosecha, cubren solo una pequeña proporción del cielo, algo que en otros tiempos sería inusual durante este período lluvioso en los Andes. Fortunato camina entre el campo y explica cómo el cambio climático ha transformado sus vidas.
Leoncio Puma Durán, otro de los yachachiq de la comunidad, relata que, a diferencia de años pasados, el riego previsto para una semana alcanza ahora solo para tres o cuatro días. Confiesa que la mayor preocupación de los campesinos es la sequía. Los cultivos, con algo de anticipación, podrían protegerse de las heladas o el veranillo (cortos períodos secos), pero la falta de lluvias entre noviembre y marzo causaría la pérdida de la cosecha.
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